viernes, 6 de marzo de 2009

Esclavas de la desigualdad

Esclavas de la desigualdad
La reforma legal es sólo uno de los aspectos necesarios para dar a las trabajadoras del hogar —casi 97% mujeres— condiciones mínimas de seguridad y dignidad

Ricardo Bucio Mújica *
El Universal
México, DF Viernes 06 de marzo de 2009

En 1999, la Comisión de Equidad y Género de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal exhortó a su homóloga en la Cámara de Diputados para que buscara el mejoramiento de las condiciones de vida y laborales de las personas que se dedican al trabajo doméstico remunerado a través de una reforma a la Ley Federal del Trabajo, pues dicha ley es omisa e incompleta en ese sentido, pese al sentido originario del artículo 123 constitucional.

Dicho exhorto expresaba la exigencia de legislar a favor del salario digno y justo, de la jornada laboral de ocho horas, de la seguridad social, de la jubilación, de las vacaciones, de los días de descanso obligatorio, del pago de aguinaldo, del respeto a los días feriados por la ley, del contrato escrito de trabajo, del pago de indemnización y contra la discriminación hacia las y los trabajadores del hogar. De legislar por lo mismo que, desde hace muchos años, ya son derechos reconocidos para las demás profesiones u oficios.

Imagina que la discriminación te es natural: la sufres en la calle, en los comercios y quizá en tu empleo y en tu familia. Imagina que te discriminan por tu nivel social, por tu apariencia, por ser mujer y por tu oficio, que califican con nombres despectivos, estereotipados por los medios de comunicación. Sufres una discriminación de baja intensidad pero de alto impacto, pues se te dificulta enormemente ejercer tus derechos como las demás personas. Eres invisible, se te invisibiliza. Se te excluye del desarrollo.

Tres años más tarde, fue presentada en el recinto de San Lázaro una iniciativa para reformar los artículos 340, 341 y 343 de la Ley Federal del Trabajo, además de adicionar el artículo 341 bis. En 2003 se presentó otra iniciativa que reforma y adiciona diversas disposiciones de la Ley Federal del Trabajo, a fin de introducir de forma transversal la perspectiva de género en la legislación laboral.

En 2008 se presentó de nuevo otra iniciativa por parte de la diputada Rosario Ortiz Magallón. La actual Legislatura —próxima a terminar— es la cuarta que revisa el tema y elabora dichas iniciativas, y la reforma sigue sin salir. Además, el Senado de la República no ha ratificado el Convenio 156 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), denominado “Convenio sobre la igualdad de oportunidades y de trato entre trabajadores y trabajadoras”. La situación de las trabajadoras del hogar, su presente, su futuro, no es tema de interés para sus representantes populares.

Imagina que compartes tu oficio con más de un millón 800 mil personas en México, y que no tienen ni un solo sindicato. Que a pesar de la situación laboral de tantas personas, ustedes no son motivo ni siquiera de promesas electorales, ni “nota” para los medios de comunicación.

Imagina que socialmente es invisible la explotación, que la sostiene la ausencia de leyes y de políticas y una cultura de la época colonial que se sigue viviendo dentro de cada hogar. Que las personas que tienen poder —político, económico, cultural, religioso— son todas empleadoras y comparten mayoritariamente la misma lógica. Imagina que sin tu trabajo no podrían hacer lo que hacen ni tendrían lo que tienen… y que, sin embargo, tú vives y vivirás en el sector de los sin poder.

La reforma legal es sólo uno de los aspectos necesarios para dar a las trabajadoras del hogar —casi 97% mujeres— condiciones mínimas de seguridad y dignidad. Nadie quiere para sí mismo un empleo en el que la posibilidad de bienestar esté basada sólo en la buena voluntad y en las posibilidades de quien emplea, sino en mecanismos legales que establezcan reglas claras del juego y no dejen en indefensión a ninguna de las partes. Reglas legales que, como en todos los demás empleos, definan prestaciones mínimas y permitan acceder a los “básicos” de la seguridad social.

Hoy día, 66 años después de la creación del IMSS —que, a decir de su primer director general, nació para eliminar el “injusto privilegio de bienestar brindando igualdad de oportunidades de defensa biológica y económica a las mayorías necesitadas”—, no existe una categoría que permita que cualquier persona que emplea a una trabajadora del hogar la inscriba en igualdad de condiciones que los demás beneficiarios de ese instituto. Hoy es posible una inscripción “voluntaria”, en un régimen especial más caro para quien emplea e incompleto para la trabajadora del hogar, quien no tendrá derecho a jubilación, a pensión, a Infonavit, SAR, etcétera.

Imagina que en tu empleo no existe escalafón ni forma de ascender, que no acumulas derechos laborales y no tienes siquiera las ventajas de un contrato colectivo. Que en tu oficio el respeto, y a veces el cariño, son vistos por quien te emplea como las mejores prestaciones, en sustitución de las legales. Que tienes 95% de probabilidades de no tener contrato y 81% de no tener prestaciones ni seguridad social, y si la tienes es incompleta. Que en promedio trabajas casi 50 horas por semana y descansas un día. Que en tu oficio 86.7% de quienes lo ejercen en México recibe menos de dos salarios mínimos —o no recibe pago—. Incluso imagina que eres del 13.3% que gana tres salarios mínimos o más, y calcula si te es suficiente.

Es necesario reivindicar la dignidad del trabajo doméstico, sea o no remunerado. Por un lado, las tareas que se realizan dentro del hogar son indispensables para el funcionamiento social: es imposible vivir sin quién prepare alimentos, lave la ropa, atienda a los enfermos en casa, compre los alimentos y enseres, tire la basura, limpie los espacios, cuide a los niños, etcétera. En el hogar y en las actividades necesarias para mantenerlo se reúnen las necesidades más básicas y el patrimonio más valioso y más cercano a las personas y las familias: las y los hijos, los bienes, los documentos, la intimidad, el afecto. Por otro lado, en el trabajo doméstico se resume y expresa de muchas formas la inequidad de género.

Datos del Instituto Nacional de las Mujeres refieren que en un hogar promedio en el que viven cinco personas, al año una mujer sirve 4 mil 475 comidas, limpia 16 mil 425 platos, lava y plancha 10 mil prendas de ropa, desecha 730 bolsas de basura, trapea 21 mil 900 metros cuadrados. De las horas a la semana dedicadas a los quehaceres domésticos y al cuidado de los niños, 87.8% lo realizan las mujeres y sólo 12.2% los hombres, aunque evidentemente no corresponde a los porcentajes de hombres y mujeres que tienen empleo fuera de casa.

Imagina que trabajas casi siempre sola, que 67% de las mujeres en tu oficio no tiene pareja, pues las características mismas del trabajo dificultan relaciones sociales en igualdad de condiciones con casi todas las personas. Que en muchos casos no puedes ver a tu familia al fin de la jornada. Que aunque en tu oficio son casi todas mujeres, los hombres que lo ejercen ganan en promedio casi 25% más. Y al mismo tiempo imagina que la mayoría de quienes te emplean —y muchas de quienes deben legislar y hacer las políticas públicas— son también mujeres que reproducen estereotipos de explotación machistas que se hacen parte de la familia que te emplea. Que tienes una concatenación de desventajas por ser mujer, sola, mayoritariamente de origen indígena en una cultura ajena, con niveles educativos muy por debajo del promedio de por sí bajo, con niveles de analfabetismo de 15%. Imagina que tus condiciones hacen casi imposible que llegues a la universidad y que tengas posibilidades de un trabajo sustantivamente mejor, con menos inequidad de género. Estadísticamente casi imposible.

Es indispensable visibilizar la importancia del trabajo doméstico, su valor social, y lo que puede aportar a la democracia. ¿A la democracia? En el hogar se crean y recrean como valores y como principios de relación social el respeto, la tolerancia, la equidad, la igualdad, la justicia, los derechos humanos, y ello ocurre no a través de actividades formales de educación o comunicación como en la escuela o en la calle, sino a través de las diarias actividades que se realizan dentro de casa, de las actitudes, de las formas de ver a los demás, de la manera en que se comparte y respeta el trabajo doméstico.

Hay una relación directamente proporcional en sociedades en que el trabajo doméstico es valorado socialmente y reconocido legalmente en sus condiciones laborales —en países nórdicos, en Norteamérica o en Europa— y la solidez de sus regímenes democráticos. Por el contrario, en países donde la inequidad de género y las violaciones a derechos humanos tienen expresiones de gravedad extrema, el nivel de totalitarismo es creciente y se fortalece. La democracia de este país y sus grandes problemas y debilidades son un reflejo de lo que pasa dentro de sus hogares. También la democracia se construye ahí, como pasa con la violencia y la discriminación acentuada en niños y niñas, jóvenes y personas adultas mayores. Siempre acentuada en las mujeres.

Imagina que nunca serás sujeto de un crédito hipotecario o automotriz. Imagina que trabajas 30 años o muchos más —pues en tu oficio el promedio de edad está entre los 12 y los 29 años— y nunca podrás tener liquidación ni jubilación ni ahorro para el retiro. Imagina que todo eso es visto y asumido socialmente como normal en un régimen democrático en pleno siglo XXI.

La agenda pendiente es muy amplia: el primer paso es voluntad y acción política para hacer los cambios legislativos de manera que el espíritu de la Constitución del 17 exprese la legislación vigente. Se requiere un amplio debate centrado en la igualdad de condiciones para que todas las personas puedan ejercer los mismos derechos y, a su vez, las trabajadoras los exijan. Colocar el tema en los hogares, que los empleadores y empleadoras asuman la importancia que tiene el trabajo doméstico y el valor real que éste tiene y buscar conjuntamente formulas de ganar-ganar.

Desde los gobiernos, visibilizar y promover la valorización del trabajo doméstico y diseñar políticas sociales y acciones afirmativas para este sector laboral históricamente vulnerabilizado.

Los medios de comunicación deben coadyuvar a mostrar una realidad que exige transformarse, y centrar la atención en lo desigual de las desigualdades que viven las trabajadoras del hogar.


* Secretario técnico de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal

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