domingo, 6 de septiembre de 2015

Qué giñol tan caro | Cabezalcubo

Qué giñol tan caro | Cabezalcubo



Jorge Moch

tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch

Qué giñol tan caro
¿Qué harías con veintitrés millones de devaluados pesos? ¿Y qué no harías si dispusieras de esa fortuna…a diario? Recién leí un encabezado que de inmediato, para usar una muletilla eufemística, llamó poderosamente mi atención: "Peña Nieto gasta más de 23 millones de pesos diarios en promover imagen. " Veintitrés millones. Diarios. Qué bruto. Son casi setecientos millones de pesos al mes. Más de ocho mil doscientos millones de pesos al año… El gobierno tiene ese dinero y más. Lo obtiene de ti y de mí por la vía de una cauda onerosade impuestos, de los ingresos petroleros, que cada día son menos y, por cierto, nunca vimos un clavo cuando hubo excedentes, que los hubo y abundantes; habría que volver a preguntar a los desperdiciados presidentuchos de la derecha, Vicente Fox y el inefable Calderón, qué pasó con ese guardadito. Al menos en la teoría el dinero público que administra (o dice administrar pero más bien dilapida) el desgobierno federal estaría destinado a gestionar el bienestar de los mexicanos. En realidad se usa una buena parte del pastel del erario para apuntalar la caída imagen del presidentucho actual, a mi juicio (y esta es una competencia sumamente reñida) uno de los peores en la historia reciente, y de esa comedia de errores y mala entraña a la que llama "su" gobierno. Según la nota del portal Regeneración del 31 de agosto (puede consultar), sólo en 2013 el gobierno federal encabezado por Enrique Peña Nieto gastó $8,161,770, 224.00, en el 2014 $7,315,967,646.00 y en los primeros 7 meses del 2015 ha gastado $6,247,309,544.00. En total, la actual administración federal ha gastado en "comunicación social" $21,725,047,414.00; en promedio, el gobierno federal ha gastado 700 millones de pesos mensuales en propaganda oficial, lo que equivale a un gasto diario de 23 millones de pesos". En un país como el nuestro, con tanta gente pobre, con tanta precariedad en las calles (véase una escuela rural, por ejemplo, o una clínica hospitalaria del extrarradio de cualquier ciudad), con tanta tara social nacida precisamente de la pobreza (que engendra ignorancia que engendra pobreza y así la maldita sierpe se muerde la rediviva cola) gastarse el tesoro público en cualquier cosa que no sea satisfacer las elementales necesidades de una población depauperada es muy cuestionable. Hacer el gasto, en cambio, en cosmética de imagen y divulgación amigable de los logros de gobierno (que no son logros, sino simple cumplimiento de sus naturales obligaciones) es ya de plano un acto criminal. Sobre todo en el contexto de una administración a la que se vincula tanto con Televisa que es voz popular decir que Peña fue impuesto por el consorcio.



Porque son las televisoras según el informe, sobre todo Televisa y Azteca, las grandes beneficiarias de un reparto tan discrecional: solamente entre esas dos empresas acaparan el 50 por ciento del dinero público destinado a televisión. No es de extrañar que sean los lectores de noticias de esas empresas algunos de los más férreos defensores del jugoso inepto de Los Pinos: hay que cuidar el negocio.
¿Cuántas escuelas levantarían 23 millones de pesos si no se cocinara el caldo de la corrupción entre el desgobierno federal y sus proveedores favoritos, de ésa que al final de la trácala significa casas lujosas? Quien esté más o menos empapado de costos en el mundillo de la construcción, podrá decirlo. Si habláramos de un plantel modesto pero decente, quizá podríamos terminar una: trescientas sesenta y cinco escuelas modestas pero completas… por año. Si Peña en lugar de embellecer su maltrecha imagen, hubiera abrazado un proyecto tan maravillosamente loco, a tres años de su imposición, hoy podría presumir de haber dotado al país de mil 095 escuelas. Más de mil escuelas en la mitad de un sexenio. Ésa hubiera sido una proeza en un México neoliberalérrimo que hoy se ahoga entre espasmos devaluatorios, crisis de gobierno y estertores violentos.
Muchas veces hemos escuchado en los últimos años que la salvación del país está en la educación, en la cultura de la gente, en los niños antes de que se conviertan en la siguiente hornada de ninis. Pero nunca, que yo recuerde, se ha dicho que esa salvación esté en los anuncios del gobierno. Ni en su teatrito de marionetas mediáticas. Ni mucho menos en la reputación de un presidente a todas vistas corrupto.
Al que además, a estas alturas, ya nadie le cree nada.

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