Escuchan las palabras celular o redes sociales y casi tiemblan. Con estupor, maestros de primaria o secundaria confiesan que no siempre saben qué hacer cuando se enteran de peleas de niñas subidas a YouTube, grabaciones en los baños o en el aula bailando harlem shake, así como de alumnos, madres de familia o profesores acosados en Internet.
Historias de agresiones o diversiones que ya ocurrían antes, pero no se hacían públicas en la web, como hoy.
Hay niños que saben más que yo. Soy de las maestras de atrás y eso del Internet y Facebook no es para mí; tengo mi correo electrónico, porque es necesario, explica María Guadalupe Castillo, 30 años en las aulas, profesora del tercero A de la primaria pública 27 de Septiembre, en Naucalpan, estado de México.
Como ella, otros colegas recorren un camino pedregoso y por momentos no lo encuentran para adaptarse a una generación conectada, a veces distraída, con el mundo virtual, y que quizá no encuentra incentivos para engancharse a la escuela tradicional.
Uno de cada tres usuarios de la web en México es de esa edad, entre 6 y 17 años, y del universo total de 45 millones de cibernautas, nueve de cada 10 acceden a sus redes sociales. Representan menos de la mitad del país, pero están muy conectados: pasan cinco horas diarias frente a la pantalla, según el estudio más reciente de la Asociación Mexicana de Internet.
La brecha digital entre profesores y alumnos crece. Unos y otros se declaran incomprendidos y no pocas veces se culpan entre sí, o a las familias de no educarlos. La vida escolar transcurre entre osados alumnos que rompen reglas –muchas veces inexistentes por tratarse de situaciones inéditas–, la resistencia cultural de profesores, poco o nada dispuestos a vincularse a las redes sociales o con escasa capacitación.
Es mediodía en la primaria 27 de Septiembre. En el recreo los maestros se reúnen en la dirección para almorzar y se les pregunta: ¿qué hacen los estudiantes con su celular?
La profesora Lilia Roqueñí responde directo: "Generalmente sacan fotos o juegan, pocas veces hablan; ¡ah!, y ven pornografía. La maestra Toña se acuerda de Yaotzi, traía pornografía en el celular. A todo mundo se la enseñó hasta que alguien se quejó. Yo le dije: 'espérate, a ti te gusta y en tu casa no hay problema, pero no vengas a invadir a las personas'. Se le avisó a su mamá y ella lo vio muy normal".
–¿No cree que los maestros deberían convivir en redes con sus alumnos y formarse en el tema? –se le plantea.
–Sí me han enviado invitaciones al feis, no las acepto; estamos en diferente jerarquía. Además hay una realidad: la casa lleva mucha ventaja. Aquí los ponemos a leer, pero en su casa no.
Algunos de sus pares asienten con la cabeza.
Una joven profesora interviene y pide mantener su nombre en reserva, por no tener plaza: "Las redes de comunicación son muy buenas, depende del uso que les demos. La mayoría de los niños las ven como entretenimiento y si investigan sólo copian y pegan, no leen; entregan el trabajo con faltas de ortografía e hipervínculos.
En la escuela Othón P. Blanco, donde trabajaba antes, algunos niños subían fotomontajes de una maestra al Facebook, acompañados de comentarios denigrantes y groserías. Sé que en las universidades aprovechan las redes y suben trabajos. Nosotros deberíamos tener capacitación, porque los niños nos ganan.
Las peleas de niñas
Suena el timbre y dos alumnos de la Telesecundaria 9 Benito Juárez, ubicada a la orilla de una vía del tren, en la colonia El Molinito, comentan que preferirían recibir más asesoría de sus maestros y menos prohibiciones. A uno le confiscaron el celular al descubrir el audífono en el oído.
A mí me gusta cuando hablan de temas como el Facebook y de cómo deberíamos cuidarnos o pensar antes de subir información. Quien comenta es Raúl Zuratzi, estudiante del 2A, satisfecho porque un maestro es amigo de él y de otros en Facebook, pero no muy convencido con sus recomendaciones literarias. Nos sugiere leer libros medio feos, por ejemplo, uno de la vida del venado. Prefiero de acción o sobre adolescentes como nosotros.
Si los profesores no atinan mucho en las redes sociales, sus compañeros menos, dice. Suben fotos de fiestas donde beben o se drogan y estos chavos quedan mal. A otros los graban vomitando, cuando les vuelan una ceja, les cortan el pelo o están en el baño.
Por eso Carla González, profesora de la secundaria 211 de Valle Dorado, prefirió seguir otra ruta e incluyó a sus alumnos en su muro de Facebook. Se sorprendió al descubrir que en ocasiones los tímidos eran muy abiertos en esa red social. Creo que los conozco más por el Facebook que teniéndolos en clase.
Cuando trabajó en una secundaria, en Ecatepec, la integrante de la escolta con el promedio más alto comenzó a bajar sus calificaciones y se descubrió que era partícipe de peleas de niñas. "Saliendo de la escuela se iban a un cerrito, los hombres las ponían a luchar, ellas decían que eran sus padrotes, las grababan y luego repetían el video para decir quién había ganado". Las apuestas ya las habían organizado en Facebook.
El director suspendió a varios alumnos; habló con sus papás y les sugirió que llevaran a sus hijos con un sicólogo, porque no era normal que disfrutaran con tanta violencia, sobre todo cuando algunas de ellas se sangraban. Los videos fueron bajados de YouTube.
La violencia en las escuelas no es novedad; la diferencia es que puede difundirse masivamente y existen mayores riesgos, explica José Aguilar, director de Democracia y Sexualidad (Demysex), organización civil que forma a profesores en el uso de las tecnologías de la información con adolescentes para que impartan la asignatura Sexualidad y equidad de género, única en el Distrito Federal.
"La SEP ignora el problema y las maestras no saben qué hacer, pero ocurren muchas situaciones en las redes sociales: trata de blancas, circula pornografía, hay ciberbullying, estudiantes que se toman fotos desnudos o teniendo relaciones sexuales y luego las difunden en Internet. Algunos quieren morirse, porque les pusieron una quemada espantosa".
¿Qué hacer? Abrir el tema, capacitar a maestros y padres de familia para enseñar a los estudiantes a cuidar su privacidad, a respetar a los demás y así mismos, porque las redes no pueden controlarnos. Para eso el profesor tiene que ser más horizontal con sus alumnos, preferir el diálogo y no el castigo.
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