¿Quién era ese tal Carlos Monsiváis?
Vanguardia, 22-Junio-2010
Tras la muerte del escritor mexicano Carlos Monsiváis este pasado sábado 19 de junio, la prensa publicó titulares tales como Monsiváis “conciencia de México”, “el cronista de México”, “la voz de la memoria popular” y hasta el “disco duro del país”.
También, abundaron expresiones de la clase de “irremplazable”, “deja un hueco en el país”, “inabarcable”, “muere una parte de México”, “¿qué haremos sin ti, Monsi?”, Directores de prestigiados diarios nacionales lo recordaron como “Maestro”, otros hicieron guardia junto a su féretro, mientras otros periodistas, escritores, y personajes de la vida pública más, se apresuraban a presumir que habían contado con su amistad o a contar cualquier anécdota a su lado.
Para cualquiera ajeno a la obra del escritor capitalino todo esto podría parecer una gran exageración o una aguda ironía (como las que precisamente abundaban en sus textos). Es más, para las futuras generaciones que revisen los archivos hemerográficos, o incluso, para las nuevas generaciones de la actualidad, para quien Monsiváis si acaso será un gordito despeinado que les pueda parecer haber visto en televisión, las referencias a él y a su trayectoria, podrán generar quizás sólo dudas escépticas.
Y es que si no fuera por ser un intelectual plenamente identificado con “la izquierda” casi atea (a pesar de que él nació en una familia protestante y se sabía pedazos enteros de la Biblia), cualquiera pensaría que Monsiváis era algo así como un “profeta” o un líder de alguna secta religiosa, a quien se le rendía adoración.
Lo cierto es que para muchos, entre los que me incluyo, sí existe esa percepción de que con la muerte de Carlos Monsiváis, el país pierde mucho, muchísimo, pero… ¿cómo explicarlo a las nuevas generaciones o a quien no conoce aún su obra? Quizás habría que comenzar por decirles que Monsiváis fue más que un escritor cualquiera o un “intelectual” más. Era más bien (aún a sus 72 años, cuando falleció) un joven curioso, sumamente divertido y rebelde.
No era un tipo de esos que se la pasara hablando aburridamente sólo de política. Más bien, su tema era la vida, la gente, la sociedad; le gustaba observar, escuchar, aprender, pensar.
Para él, para los textos que le encantaba escribir, era igual de importante un mitin político o discurso presidencial, que un baile de sonideros a media calle o un viaje en el Metro.
Y sí, allí estaba él, como un ciudadano sin poses, entre el público, en el Auditorio Nacional viendo a Luis Miguel; otro día, en un concierto de Gloria Trevi; luego, en la Cineteca Nacional, y quizás, después escuchando una misa o un discurso en la Cámara de Diputados.
Era un devorador voraz de cine, y además de cine mexicano de la época de oro, el de Pedro Infante, el de María Felix. Andaba y se metía en todo. Su gusto por el cine, lo llevó inclusive a actuar en una película y su gusto por la música hizo que compusiera canciones para grupos mexicanos como Botellita de Jerez.
La congruencia siempre fue un activo con el que se le percibió. Quizás el que a la larga le dio la gran credibilidad de la que gozaba. Viniendo de un terreno ideológico de izquierda, sus actos (públicos, al menos) parecieron siempre estar alineados a lo mismo que defendía.
A diferencia de otros escritores famosos, viajaba en transporte público y seguía viviendo en una modesta casa de la Colonia Portales del DF, en lo que parecía hasta una provocación de austeridad.
En su aspecto físico, ejercía la misma provocación contra la noción de estética y moda capitalista: desalineado, sin corbata y siempre despeinado, se presentaba lo mismo en la televisión que en un recinto oficial.
Su irreverencia y sentido del humor quedaban siempre evidenciados como su esencia misma cuando eran emanadas de cada palabra pública que solía expresar.
Y era demoledor, tremendo y profundamente divertido. Atacaba con su ironía de precisión quirúrgica toda contradicción que notara en su camino. Nadie se salvaba, ni el Presidente, ni los Diputados, la religión, la televisión, el deporte, la sociedad, y ni aún él. De ahí que muchos lo consideraran una especie de “conciencia crítica” del país.
Lo importante era que para muchos, aun especialistas en los temas que él tocaba, sus puntos de vista solían ser profundamente acertados y frecuentemente aportaba con una sencillez notoria, ángulos novedosos de información.
Era como uno de esos estudiantes sagaces, pues, que en la prepa o en la secundaria, podían desde el fondo del salón y sin mayores aspavientos, derrumbar las enseñanzas falsas de un mal maestro, expresando tan sólo dos o tres argumentos brillantes y contundentes que le valían la popularidad de toda la clase.
Claro, y es que además tenía ese no qué, esa habilidad especial que le permitía resumir y explicar con pocas palabras, conceptos que a otros nos llevarían libros enteros.
Y por supuesto, el carisma. Ese don de gente que hacía que fuera percibido como alguien “cercano al pueblo”, alguien genuino, alguien querido.
Con él no había celos entre periodistas, lo mismo podía escribir en Reforma que en El Universal, en Excélsior o en todos los diarios y revistas. Inclusive, podía salir en Televisa, sin que sus compañeros “de izquierda” le dijeran “vendido” o pensaran mál de él. (Y cómo hacerlo, si él iba hasta allá pero en vez de ser burlado o ser convertido en un “trofeo” más de la TV que todo lo compra, resultaba siempre ser el burlador, como cuando asistió hace años a una emisión de “El Calabozo” de Televisa y les dijo frente a frente a los conductores que su programa era “la esencia de la televisión mexicana”. Ignorantes del sentido en que lo decía, los conductores hasta celebraron con aplausos y risas lo que creían un elogio, para días o meses después descubrir que había sido una crítica descripción de su pobreza discursiva.)
Con todas esas facultades, Monsiváis escribió cientos, miles de textos, ya que no fueron sólo libros sino innumerables artículos y crónicas periodísticas. Abarcó y defendió múltiples temas casi siempre relacionados con la defensa de las minorías, la libertad de pensamiento y la lucha democrática.
Quizás, paradójicamente, quien mejor lo sintetizó para las nuevas generaciones, fue la propia Presidencia de la República, quien desde su filiación de derecha política supo reconocer sinceramente su valor: “…fue poseedor de una pluma y de una inteligencia excepcionales. Su obra literaria y periodística es referencia fundamental para comprender la riqueza y diversidad cultural de México.
Fue cronista y testigo de su época. Las crónicas, los ensayos, artículos y el pensamiento de este entrañable mexicano han sido esclarecedores para comprender a nuestro país y nuestro tiempo… los mexicanos extrañaremos la visión crítica, reflexiva e independiente de Carlos Monsiváis”
Y es que, si quizás haya inteligencias y aptitudes de análisis social como las de Monsiváis, será difícil encontrar a alguien con el suficiente margen para ejercerlas de manera tan influyente, gracias al espacio privilegiado que su talento, carisma y trayectoria le otorgó tras décadas de brillante trabajo. Por eso, extrañaremos a Carlos Monsiváis.
Comentarios a: impresionpolitica@gmail.com
Vanguardia, 22-Junio-2010
Tras la muerte del escritor mexicano Carlos Monsiváis este pasado sábado 19 de junio, la prensa publicó titulares tales como Monsiváis “conciencia de México”, “el cronista de México”, “la voz de la memoria popular” y hasta el “disco duro del país”.
También, abundaron expresiones de la clase de “irremplazable”, “deja un hueco en el país”, “inabarcable”, “muere una parte de México”, “¿qué haremos sin ti, Monsi?”, Directores de prestigiados diarios nacionales lo recordaron como “Maestro”, otros hicieron guardia junto a su féretro, mientras otros periodistas, escritores, y personajes de la vida pública más, se apresuraban a presumir que habían contado con su amistad o a contar cualquier anécdota a su lado.
Para cualquiera ajeno a la obra del escritor capitalino todo esto podría parecer una gran exageración o una aguda ironía (como las que precisamente abundaban en sus textos). Es más, para las futuras generaciones que revisen los archivos hemerográficos, o incluso, para las nuevas generaciones de la actualidad, para quien Monsiváis si acaso será un gordito despeinado que les pueda parecer haber visto en televisión, las referencias a él y a su trayectoria, podrán generar quizás sólo dudas escépticas.
Y es que si no fuera por ser un intelectual plenamente identificado con “la izquierda” casi atea (a pesar de que él nació en una familia protestante y se sabía pedazos enteros de la Biblia), cualquiera pensaría que Monsiváis era algo así como un “profeta” o un líder de alguna secta religiosa, a quien se le rendía adoración.
Lo cierto es que para muchos, entre los que me incluyo, sí existe esa percepción de que con la muerte de Carlos Monsiváis, el país pierde mucho, muchísimo, pero… ¿cómo explicarlo a las nuevas generaciones o a quien no conoce aún su obra? Quizás habría que comenzar por decirles que Monsiváis fue más que un escritor cualquiera o un “intelectual” más. Era más bien (aún a sus 72 años, cuando falleció) un joven curioso, sumamente divertido y rebelde.
No era un tipo de esos que se la pasara hablando aburridamente sólo de política. Más bien, su tema era la vida, la gente, la sociedad; le gustaba observar, escuchar, aprender, pensar.
Para él, para los textos que le encantaba escribir, era igual de importante un mitin político o discurso presidencial, que un baile de sonideros a media calle o un viaje en el Metro.
Y sí, allí estaba él, como un ciudadano sin poses, entre el público, en el Auditorio Nacional viendo a Luis Miguel; otro día, en un concierto de Gloria Trevi; luego, en la Cineteca Nacional, y quizás, después escuchando una misa o un discurso en la Cámara de Diputados.
Era un devorador voraz de cine, y además de cine mexicano de la época de oro, el de Pedro Infante, el de María Felix. Andaba y se metía en todo. Su gusto por el cine, lo llevó inclusive a actuar en una película y su gusto por la música hizo que compusiera canciones para grupos mexicanos como Botellita de Jerez.
La congruencia siempre fue un activo con el que se le percibió. Quizás el que a la larga le dio la gran credibilidad de la que gozaba. Viniendo de un terreno ideológico de izquierda, sus actos (públicos, al menos) parecieron siempre estar alineados a lo mismo que defendía.
A diferencia de otros escritores famosos, viajaba en transporte público y seguía viviendo en una modesta casa de la Colonia Portales del DF, en lo que parecía hasta una provocación de austeridad.
En su aspecto físico, ejercía la misma provocación contra la noción de estética y moda capitalista: desalineado, sin corbata y siempre despeinado, se presentaba lo mismo en la televisión que en un recinto oficial.
Su irreverencia y sentido del humor quedaban siempre evidenciados como su esencia misma cuando eran emanadas de cada palabra pública que solía expresar.
Y era demoledor, tremendo y profundamente divertido. Atacaba con su ironía de precisión quirúrgica toda contradicción que notara en su camino. Nadie se salvaba, ni el Presidente, ni los Diputados, la religión, la televisión, el deporte, la sociedad, y ni aún él. De ahí que muchos lo consideraran una especie de “conciencia crítica” del país.
Lo importante era que para muchos, aun especialistas en los temas que él tocaba, sus puntos de vista solían ser profundamente acertados y frecuentemente aportaba con una sencillez notoria, ángulos novedosos de información.
Era como uno de esos estudiantes sagaces, pues, que en la prepa o en la secundaria, podían desde el fondo del salón y sin mayores aspavientos, derrumbar las enseñanzas falsas de un mal maestro, expresando tan sólo dos o tres argumentos brillantes y contundentes que le valían la popularidad de toda la clase.
Claro, y es que además tenía ese no qué, esa habilidad especial que le permitía resumir y explicar con pocas palabras, conceptos que a otros nos llevarían libros enteros.
Y por supuesto, el carisma. Ese don de gente que hacía que fuera percibido como alguien “cercano al pueblo”, alguien genuino, alguien querido.
Con él no había celos entre periodistas, lo mismo podía escribir en Reforma que en El Universal, en Excélsior o en todos los diarios y revistas. Inclusive, podía salir en Televisa, sin que sus compañeros “de izquierda” le dijeran “vendido” o pensaran mál de él. (Y cómo hacerlo, si él iba hasta allá pero en vez de ser burlado o ser convertido en un “trofeo” más de la TV que todo lo compra, resultaba siempre ser el burlador, como cuando asistió hace años a una emisión de “El Calabozo” de Televisa y les dijo frente a frente a los conductores que su programa era “la esencia de la televisión mexicana”. Ignorantes del sentido en que lo decía, los conductores hasta celebraron con aplausos y risas lo que creían un elogio, para días o meses después descubrir que había sido una crítica descripción de su pobreza discursiva.)
Con todas esas facultades, Monsiváis escribió cientos, miles de textos, ya que no fueron sólo libros sino innumerables artículos y crónicas periodísticas. Abarcó y defendió múltiples temas casi siempre relacionados con la defensa de las minorías, la libertad de pensamiento y la lucha democrática.
Quizás, paradójicamente, quien mejor lo sintetizó para las nuevas generaciones, fue la propia Presidencia de la República, quien desde su filiación de derecha política supo reconocer sinceramente su valor: “…fue poseedor de una pluma y de una inteligencia excepcionales. Su obra literaria y periodística es referencia fundamental para comprender la riqueza y diversidad cultural de México.
Fue cronista y testigo de su época. Las crónicas, los ensayos, artículos y el pensamiento de este entrañable mexicano han sido esclarecedores para comprender a nuestro país y nuestro tiempo… los mexicanos extrañaremos la visión crítica, reflexiva e independiente de Carlos Monsiváis”
Y es que, si quizás haya inteligencias y aptitudes de análisis social como las de Monsiváis, será difícil encontrar a alguien con el suficiente margen para ejercerlas de manera tan influyente, gracias al espacio privilegiado que su talento, carisma y trayectoria le otorgó tras décadas de brillante trabajo. Por eso, extrañaremos a Carlos Monsiváis.
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