jueves, 24 de marzo de 2011

Jon Sobrino: ‘Monseñor Romero dijo la verdad vigorosamente’

Adital - Jon Sobrino: ‘Monseñor Romero dijo la verdad vigorosamente’
22.03.11 - El Salvador
Diario CoLatino
Publicación de la Sociedad Cooperativa de Empleados de Diario Latino de R. L.
Por Geovani Montalvo

La finalidad de Monseñor Romero fue servir al pobre, decir la verdad y aceptar sus consecuencias. Dijo la verdad públicamente, vigorosamente y el pueblo era el destinatario primario de su palabra, afirmó el teólogo Jon Sobrino, durante su conferencia "Monseñor Romero y la verdad”]. (*)
"Es inconcebible que se diga a alguien ‘cristiano’ y no tome como Cristo una opción preferencial por los pobres”, dijo Romero en su homilía del 9 de septiembre de 1979. Cinco meses después, el 24 de marzo de 1980 caía abatido por una bala en su corazón.

Romero murió, lo mataron, pero vive en la esperanza del pueblo que aún escucha y sigue su legado cristiano revolucionario. Sus asesinos siguen allí, donde siempre han estado, detentando el poder.
Monseñor Romero se topó con la realidad del pueblo, una realidad de injusticia y opresión, se topó también con la esperanza de liberación, afirmó Jon Sobrino. Por eso, lo llamamos pastor, profeta y mártir, San Romero de América, "son palabras que lo distinguen con gran precisión”, añadió Sobrino.

En la conferencia realizada en el Auditórium Ignacio Ellacuría, el viernes 18 de marzo, el reconocido teólogo de la liberación enfatizó que el Obispo siempre tiene que aprender de su pueblo, así como Oscar Romero.
Sobrino explicó que el obispo mártir no sólo decía la verdad, sino que también la argumentaba y no le daba miedo de que el pueblo pensara, usara la razón.
"Monseñor Romero en sus homilías mencionó cuantitativamente todas las víctimas de la semana y cuando tenía noticias, mencionaba quienes fueron los criminales, las circunstancias precisas en las que ocurrieron los hechos y mencionaba a los familiares de las víctimas”.
Parafraseando a un campesino, Monseñor Romero dijo la verdad y nos entendió a nosotros de pobres. Romero, según Sobrino, luchó contra la mentira, aquella que se representaba a través de personas, de militares, de paramilitares y políticos.
"Un cristiano que se solidariza con la parte opresora no es verdadero cristiano”, predicó Romero en la homilía del 16 de septiembre de 1979. "Surge siempre la necesidad de unas estructuras de justicia, de distribución, mejores que las que nos dominan”.

Jon Sobrino reiteró que su modo de decir la verdad, lo llevó a ser pionero en la defensa de los derechos humanos y a ser reconocido y aceptado con gran cariño por la población.
"Yo quisiera hacer aquí un llamamiento a los queridos cristianos: no les está prohibido organizarse, es un derecho, y en ciertos momentos, como hoy, es también un deber, porque las reivindicaciones sociales, políticas, tienen que ser, no de hombres aislados, sino que de la fuerza de un pueblo que clama unido por sus justos derechos. El pecado no es organizarse; el pecado es, para un cristiano, perder la perspectiva de Dios”, predicaba Romero desde Catedral Metropolitana.

Sobre la visita de Obama

Monseñor Ricardo Urioste, presidente de la Fundación Monseñor Romero, manifestó a Diario Co Latino que Romero se inspiró en Jesús para decir la verdad, para tener la honestidad que tuvo en vida en aquel momento tan difícil.

Asimismo, sobre la llegada de Barack Obama, mandatario estadounidense, a la cripta de Catedral para visitar la tumba de Monseñor Romero, el presidente de la fundación, Monseñor Urioste, dijo que es un "reconocimiento del Gobierno de Estados Unidos sobre la figura de Monseñor Romero y de lo que significó para El Salvador”.
Urioste es de la idea que el Presidente Obama "es alguien que piensa de manera diferente a los anteriores” y explicó que es una decisión muy buena el visitar la Cripta de Monseñor Romero, así como lo han hecho otros Presidentes de la región entre ellos, Lugo de Paraguay, Rafael Correa de Ecuador y el ex presidente Lula de Brasil.
"Yo creo que los que verdaderamente quieren gobernar al pueblo para un verdadero bien, tienen que contar con la sincera participación del pueblo noble de El Salvador y no usar ese nombre sólo como escalera para subir, y después, no se le tiene en cuenta al verdadero pueblo, que es al que tienen que servir desde el gobierno”, alertó Monseñor Romero, sobre el papel de los Gobernantes en la homilía 6 de enero de 1980.

"No idolatren sus riquezas”: Monseñor Romero

Este sábado por la tarde inicia la acostumbrada procesión de los farolitos desde la Plaza de las Américas, conocida como Salvador del Mundo, hacia Catedral Metropolitana para conmemorar los 31 años del asesinato del pastor mártir.

Décadas después de su martirio, a manos de los Escuadrones de la Muerte, su mensaje sigue vigente y su vida es un ejemplo para las nuevas generaciones. El Gobierno de Mauricio Funes, el primer Gobierno de izquierda electo en el país, lo catalogó como el guía espiritual de la nación.
"No me consideren ni juez ni enemigo. Soy simplemente el pastor, el hermano, el amigo de este pueblo que sabe de sus sufrimientos, de sus hambres, de sus angustias; y en nombre de esas voces yo levanto mi voz para decir: no idolatren sus riquezas, no las salven de manera que dejen morir de hambre a los demás”, dijo Romero a la oligarquía de El Salvador, en la Homilía del 6 de enero de 1980, dos meses antes de morir.
En 2010 la Asamblea Legislativa de El Salvador declaró el día 24 de marzo de cada año como "Día Nacional de Monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez”. Además ese mismo año la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el 24 de marzo como "Día Internacional por el Derecho a la Verdad acerca de las graves Violaciones de los Derechos Humanos y la Dignidad de las Víctimas”, como homenaje al trabajo pastoral de Monseñor Romero.
"El mensaje revolucionario del pueblo, El grito de liberación de nuestro pueblo es un clamor que sube hasta Dios y que ya nada ni nadie lo puede detener”, aseguró San Romero de América el 27 de enero de 1980.

(*) Nota de la Edición: (Conferencia impartida por Jon Sobrino S.J. y por Monseñor Ricardo Urioste, en el marco del XXXI aniversario del Martirio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero).


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Lea también:
Con Monseñor Romero renace la juventud del pueblo

Lo que titula estas líneas es el lema que la Fundación Monseñor Romero ha escogido para conmemorar el XXXI aniversario del martirio de quien es considerado un hombre de Dios, un seguidor ejemplar de Jesús de Nazaret, un verdadero profeta, un buen pastor y un hombre de Iglesia: monseñor Óscar Arnulfo Romero. El lema puede interpretarse al menos de dos formas. La primera, una referencia a la juventud de los pueblos, es decir, a la dimensión de esperanza, vitalidad e idealismo que pueden y deben tener los hombres y mujeres de las distintas naciones; una fuerza positiva que, claro está, requiere de referentes éticos que la inspiren y dinamicen. Está probado de que monseñor Romero es para muchos un referente en ese sentido. Pero también cabe otra interpretación, la referida al significado que puede tener monseñor para un sector importante de la sociedad: los jóvenes. No está demás decir que el porcentaje de población adolescente y joven en El Salvador es uno de los más elevados de Latinoamérica: una de cada cinco personas en el país es adolescente (entre 10 y 17 años); el número se incrementa a una de cada tres personas si incluimos a jóvenes entre los 19 y 24 años de edad. ¿En qué sentido este sector puede renacer desde el legado de monseñor Romero? Esta pregunta es la que trataremos de responder a continuación.

No sabemos qué hubiera dicho monseñor a los jóvenes de hoy considerando las nuevas circunstancias y desafíos. Probablemente, seguiría atrayendo de él, entre los jóvenes, su vida, su compromiso, su ser distinto al sistema establecido. Sin duda alguna, se ocuparía de esa juventud sin oportunidades, víctima de la violencia, sin estima, emigrante y sin futuro. Seguiría creyendo en la juventud como signo de renovación, sin ignorar las situaciones negativas que le afectan seriamente: la pobreza, la crisis familiar y su permeabilidad a las nuevas formas de expresiones culturales, entre otras.

Hoy en día, uno de los factores que impiden que la juventud se constituya en una fuerza renovadora, valiente y positiva es un modo de vida típico de las sociedades modernas, que suele proponerse como modelo a seguir: hablamos de la vida light. La palabra "light”, en principio, tiene una connotación positiva con respecto a la alimentación y su vínculo con la salud: gaseosa sin azúcar, cerveza sin alcohol, tabaco sin nicotina, café sin cafeína, queso sin grasa, etc. Pero también tiene una connotación negativa con respecto al modelo de vida predominante. La vida light se caracteriza porque el interés por la realidad es volátil y la esencia de las cosas ya no importa; solo lo superficial tiene valor. Lo importante es seducir, provocar y ser divertido, ya no interesan los contenidos. La consecuencia de esto es una mediocridad pública, una socialización de la trivialidad y lo mediocre. Se da un ascenso del egoísmo humano, de la insolidaridad, de una sociedad indiferente o apática hacia los otros. Surge la vida sin ideales, sin utopías, sin sueños, sin proyectos, sin incidencia en la realidad. Hay un dejarse llevar por la vida light: sexo sin amor, paternidad sin responsabilidad, diversión sin freno, política sin ética, economía sin equidad, religión sin espiritualidad, consumismo sin límites.

Ahora bien, ¿en los mensajes que monseñor dirigió en su tiempo a los jóvenes podemos encontrar elementos contraculturales para esta forma de vida? Creemos que sí, y citamos al menos tres: la cultura de un desarrollo incluyente; el cultivo del espíritu crítico y creativo; y el fomento de la espiritualidad. Tres aspectos que pueden revitalizar a la juventud de los pueblos en los dos sentidos que hemos mencionado. Veámoslos brevemente.

La cultura de un desarrollo incluyente: decía monseñor: "Hay que darle a la juventud, a la niñez de hoy, una sociedad, un ambiente, unas condiciones donde pueda desarrollar plenamente la vocación que Dios le ha dado (...) Hay que proporcionar al ambiente unas situaciones en que el hombre, imagen de Dios, pueda de veras resplandecer en el mundo como una imagen de Dios, participar en el bien común de la república, participar en aquellos bienes que Dios ha creado para todos” (homilía del 7 de mayo de 1978). Tenemos aquí un primer desafío que sigue siendo actual: los jóvenes deben tener acceso a la igualdad de oportunidades para desplegar sus potencialidades; especialmente, se deben crear oportunidades de educación y empleo, educación de calidad y empleo decente. Con el aumento de los jóvenes que no trabajan ni estudian, el país desaprovecha un potencial y estos se vuelven vulnerables al crimen organizado, o se ven forzados a la peligrosa aventura de la migración.

El cultivo del espíritu crítico y creativo: exhortaba el obispo mártir: "Tiene que proponer la Iglesia (...) una educación que haga de los hombres sujetos de su propio desarrollo, protagonistas de la historia. No masa pasiva, conformista, sino hombres que sepan lucir su inteligencia, su creatividad, su voluntad para el servicio común de la patria” (homilía del 15 de enero de 1978). Un segundo desafío que puede considerarse como estratégico: replantearse la necesidad de nuevos objetivos educativos. La educación no debe ni puede reducirse a mero adoctrinamiento, preparación profesional o a un proceso de adaptación social, sino que ha de entenderse como participación en el quehacer del propio crecimiento y del progreso social, o como proceso que permite a la persona hacer realidad sus capacidades y talentos. Opción típicamente cristiana: convertir al educando en sujeto de su propio desarrollo.

El fomento de la espiritualidad: en la fiesta de Pentecostés de 1978, monseñor Romero proclamó: "Jóvenes, en ustedes la Iglesia se renueva, en ustedes el Espíritu de Dios es como agua fecunda para la humanidad de esta arquidiócesis que vive en esta noche un Pentecostés no solo en su Catedral, sino en todo el ámbito de sus fronteras, gracias a que ha habido mártires que han sido nobles (…) Que ustedes sean ese reverdecer” (vigilia de Pentecostés, 13 de abril de 1978). Un tercer desafío necesario y urgente: desarrollar la espiritualidad, entendida como apertura a lo que nos hace mejores seres humanos: para los cristianos, el Dios de Jesús. Esa apertura nos capacita para vivir y convivir con profundidad el amor, la solidaridad compasiva y la indignación profética como verdadero sentido de la vida (opuesto al sinsentido de la vida light) y auténtica fuerza para que renazca la juventud de los pueblos.

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¿Quién mató a Monseñor?
Por Eduardo González Viaña

El sacerdote alzó la hostia y la mostró al pueblo.

Eran casi las siete de la noche del 24 de marzo de 1980. En la capilla de la Divina Providencia -situada en un barrio pobre de El Salvador- tan sólo estaban presentes algunos ancianos, muchas mujeres y un grupo de monjitas. Aquella era la ocasión buscada por los asesinos puesto que, a pesar de contar con el apoyo del ejército y el gobierno, eran muy prudentes.

-"Éste es mi cuerpo"

Mirando la hostia, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, pronunció las palabras rituales que transforman el pan en el cuerpo de la víctima que va a ser sacrificada. Sus frases resultan hoy premonitorias:
"Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimenten también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo”.

El ejecutor se hallaba junto a la puerta disimulado tras de la pila de agua bendita. No sabemos si metió la mano y se persignó para que le trajera buena suerte. Levantó el rifle y apuntó. En ese momento, la hostia levantada sobre el rostro de Monseñor evitaba que éste lo viera. De todas formas, el asesino acarició su mejor soporte: El Starlight es una mira telescópica para rifles de precisión necesarios para una operación de este tipo.
Afuera lo esperaba el Escuadrón de la Muerte dentro de una camioneta Dodge Lancer blanca perteneciente al ejército y una Volkswagen Passat en la que iban los cabecillas de la operación.
Antes de que el Cuerpo de Cristo fuera consagrado, sonó el disparo. Lo escucharon a 50 metros los criminales y volvieron a la iglesia para recoger al ejecutor.
Monseñor Oscar Romero cayó sosteniendo la hostia contra su corazón. Si es cierto que en los últimos segundos precedentes a la muerte uno recuerda muchos años de su existencia, es posible que entonces viera los momentos en que se había convertido en la esperanza de los pobres martirizados en una nación paupérrima del planeta.

Acaso se vio en bicicleta como joven párroco de una aldea. Se recordó después como director del seminario de El Salvador. Se vio vestido de obispo y después de arzobispo, la primera autoridad eclesiástica del país.
Hizo memoria de todas las veces en que el presidente y los miembros más importantes del gobierno lo llamaron, lo adularon y lo invitaron a consagrar la tradicional unidad entre la Iglesia y los ricos, entre los obispos y los criminales.
Acaso en esos pocos segundos, se vio también declinando primero y después rechazando ese tipo de ofertas y de dádivas. Por el contrario, se recordó caminando con los pobres por las carreteras que el ejército había cerrado. De esa manera, con su presencia, evitaba que fueran ametrallados los ciudadanos que deseaban ejercer su derecho al sufragio.

¿Y qué pasó después? En vista de que su calzado tenía unos hoyos enormes en la suela, las monjitas le obsequiaron unos zapatos nuevos.
Se vio pobre, representante de pobres, viajando a Washington para pedirle al Presidente de Estados Unidos que no siguiera armando al ejército de El Salvador y evitara así una matanza que ya pasaba de 50 mil personas. Se vio regresando a su país colmado de promesas. Recordó que un año atrás el parlamento inglés por unanimidad lo había presentado como su candidato al Premio Nobel de la Paz.
Les ordeno en nombre de Dios: cese la represión
Recordó, por fin, las palabras de su homilía del domingo dirigidas a los hombres del ejército: "Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que viene de un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios”.

Tal vez, todavía estaba en el aire su voz valiente proclamando que: "La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión".

Esa fue su condena de muerte. El hombre que la ejecutó fue entrevistado el año pasado en California. Cuando dirigió la operación, era un rubio y sonrosado capitán de la Fuerza Aérea. Ahora es solamente un miserable. Vive escondido en una cabaña rodeado por criminales y drogadictos. Cuando el gobierno derechista lo consideró un estorbo, se fue a los Estados Unidos. "Allí ha sido repartidor de pizzas, vendedor de carros usados y lavador de narcodinero. Ahora arde en el infierno que ayudó a prender aquellos días cuando matar "comunistas" era un deporte”.
Al periodista que le hizo el reportaje le rogó que le llevara dos supersanduches de Burger King. Uno era para comerlo en ese momento. El otro era para el día siguiente. "¿Y si se le pudre hasta mañana?”... "No importa. Todo lo que como está podrido”.

¿Quién mató a Monseñor?...

El asesinato de Monseñor Romero es considerado como un crimen de lesa humanidad, y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos tiene abierto un expediente contra el estado salvadoreño. Desde hace una década esa organización "dependencia de la Organización de Estados Americanos- ha recomendado la derogación de la Ley de Amnistía, pero los últimos tres gobiernos” dos de Arena y el último del FMLN- han desoído la propuesta.

¿Quién mató a Monseñor?... No fue, de ninguna manera, el miserable de uñas sucias que se esconde en algún lugar de este país. Lo fueron sí quienes le dieron la orden, las empresas norteamericanas que financiaron a aquellos, el gobierno que amnistió a los criminales, y lo son quienes persisten, por cobardía, en dejar vigente esa ley.
¿Quién mató a Monseñor?... La pregunta puede responderse con otra: ¿quién armó al ejército de El Salvador? ¿Qué país entrenó a sus oficiales en torturas y masacres? ¿Qué país está pronto a echar de sus tronos a los dictadores árabes, pero toleró a los Pinochet, a los Fujimoris, a los Videlas, a la bestialidad sin fin del Cono Sur?...
¿Quién mató a Monseñor?... O más bien, ¿quiénes lo matan todos los días? ¿No lo serán los supuestos arzobispos que cerraron el templo a las víctimas en Ayacucho y proclamaron luego que los derechos humanos son una cojudez? ¿No lo serán los carnavalescos candidatos a la presidencia que están dispuestos a abrirle las puertas de su jaula al criminal Fujimori?
¿Quién mató a Monseñor?” ¿No serán acaso los que justifican las matanzas, los secuestros, la venta de niños y las torturas para supuestamente pacificar un país?

La bala alcanzó su objetivo ese día lunes 24. Acaso mientras caía a tierra, Monseñor recordaba sus propias palabras basadas en el Evangelio: "...Si denuncio y condeno la injusticia es porque es mi obligación como pastor de un pueblo oprimido y humillado... El Evangelio me impulsa a hacerlo y en su nombre estoy dispuesto a ir a los tribunales, a la cárcel y a la muerte…”.
Mientras escribo esta nota, recuerdo lo escrito en el Evangelio de Mateo. Según él, son bienaventurados quienes sufren persecución y prisión por su amor a la justicia. Como la de Monseñor, su palabra vivirá para siempre.

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