Al menos 2 mil integrantes del Sindicato Mexicano de Electricistas se propusieron para tomar parte en la huelga de hambre.
Milenio, Vie, 23/07/2010
Foto: René Soto
Días antes de la prohibición de visitas para los huelguistas del Sindicato Mexicano de Electricistas, Miguel Ángel Ibarra mostraba sus fotografías, cuando pesaba 105 kilogramos. La masa muscular que aún conservaba lo hacía platicar con vehemencia. Decía que el motivo para incluso entregar su vida era la justicia, por su trabajo y el de 44 mil compañeros más que fueron despedidos “de la noche a la mañana”.
Sabía que la Corte no resolvería a su favor porque después de la votación sobre el caso de la guardería ABC en Sonora pensaba: “Si no actuaron con un caso de 49 niños muertos, qué nos esperamos por la extinción de Luz y Fuerza del Centro. Ya no confiamos”.
Con una creencia ciega hablaba de su líder, Martín Esparza. Repetía el mismo discurso que el dirigente sindical enarbola frente a los medios de comunicación: patrón sustituto, decreto ilegal, Lozano, “el pianista frustrado”.
En el campamento, en el que cada tarde se escucha el himno del SME, “por un derecho justo luchamos, y es nuestro ideal que el trabajador en sus conquistas sea respetado, para un mañana vivir mejor”, existen carpas donde la ropa y las botellas de agua se transformaron en tanques de oxígeno.
Al menos 2 mil se propusieron para el ayuno, pero “yo tuve la bendición de ser elegido”. “Si el Presidente (Felipe Calderón) tuviera la mitad de la convicción que nosotros tenemos; si él realmente estuviera seguro de que lo que está haciendo está bien, sería afortunado”, afirma Miguel Ángel.
Pese a que la huelga de hambre está mermando su salud, los manifestantes están convencidos de que hacen lo correcto. “Tenemos que resistir, llegar hasta las últimas consecuencias”, aunque eso se traduzca en la pérdida de alguna vida.
El argumento del jefe del Ejecutivo federal para despedir a los trabajadores, pese a que el contrato colectivo tenía vigencia, fue lo oneroso de las prestaciones. La empresa arrastraba más pérdidas que ganancias.
Miguel Ángel asegura que los 8 mil pesos que ganaba por el mantenimiento eléctrico de generadores en Necaxa, Puebla, no es un salario “oneroso” y las prestaciones “que teníamos, deberían de tenerlas todos, por eso es que nos chingaron, porque los sindicatos buscan mejores condiciones para sus trabajadores. Todo era derechos laborales ganados”.
Las fotos que su hermana Alejandra muestra contrastan con su actual estado que le ha provocado desmayos. Ella, así como el resto de su familia, están preocupados por él, aunque apoyaron su decisión desde un principio.
Llevan más de 80 días sin probar alimento y están convencidos de que no darán marcha atrás en su último intento por recuperar su empleo después de perder las batallas legales. Alejandra relata que sus vecinos, en el Estado de México, se alegraban de la extinción de Luz y Fuerza del Centro porque el trato en las oficinas era pésimo. Sin embargo, afirma que la empresa no sólo eran esas oficinas, sino toda una infraestructura que funcionaba, pese a lo deteriorado del equipo, con el trabajo de expertos que incluso arriesgaban su vida. Ahora lo siguen haciendo, dice.
Nayeli Roldán
Sabía que la Corte no resolvería a su favor porque después de la votación sobre el caso de la guardería ABC en Sonora pensaba: “Si no actuaron con un caso de 49 niños muertos, qué nos esperamos por la extinción de Luz y Fuerza del Centro. Ya no confiamos”.
Con una creencia ciega hablaba de su líder, Martín Esparza. Repetía el mismo discurso que el dirigente sindical enarbola frente a los medios de comunicación: patrón sustituto, decreto ilegal, Lozano, “el pianista frustrado”.
En el campamento, en el que cada tarde se escucha el himno del SME, “por un derecho justo luchamos, y es nuestro ideal que el trabajador en sus conquistas sea respetado, para un mañana vivir mejor”, existen carpas donde la ropa y las botellas de agua se transformaron en tanques de oxígeno.
Al menos 2 mil se propusieron para el ayuno, pero “yo tuve la bendición de ser elegido”. “Si el Presidente (Felipe Calderón) tuviera la mitad de la convicción que nosotros tenemos; si él realmente estuviera seguro de que lo que está haciendo está bien, sería afortunado”, afirma Miguel Ángel.
Pese a que la huelga de hambre está mermando su salud, los manifestantes están convencidos de que hacen lo correcto. “Tenemos que resistir, llegar hasta las últimas consecuencias”, aunque eso se traduzca en la pérdida de alguna vida.
El argumento del jefe del Ejecutivo federal para despedir a los trabajadores, pese a que el contrato colectivo tenía vigencia, fue lo oneroso de las prestaciones. La empresa arrastraba más pérdidas que ganancias.
Miguel Ángel asegura que los 8 mil pesos que ganaba por el mantenimiento eléctrico de generadores en Necaxa, Puebla, no es un salario “oneroso” y las prestaciones “que teníamos, deberían de tenerlas todos, por eso es que nos chingaron, porque los sindicatos buscan mejores condiciones para sus trabajadores. Todo era derechos laborales ganados”.
Las fotos que su hermana Alejandra muestra contrastan con su actual estado que le ha provocado desmayos. Ella, así como el resto de su familia, están preocupados por él, aunque apoyaron su decisión desde un principio.
Llevan más de 80 días sin probar alimento y están convencidos de que no darán marcha atrás en su último intento por recuperar su empleo después de perder las batallas legales. Alejandra relata que sus vecinos, en el Estado de México, se alegraban de la extinción de Luz y Fuerza del Centro porque el trato en las oficinas era pésimo. Sin embargo, afirma que la empresa no sólo eran esas oficinas, sino toda una infraestructura que funcionaba, pese a lo deteriorado del equipo, con el trabajo de expertos que incluso arriesgaban su vida. Ahora lo siguen haciendo, dice.
Nayeli Roldán
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