DENISE DRESSER
MP111017
Gastar y gastar. Abusar y mal utilizar. A pesar de que México ha cambiado, los modos y las maneras de usar el gasto público permanecen igual. La famosa partida secreta de la cual dispusieron tan impunemente Carlos Salinas de Gortari, Miguel de la Madrid y -hasta cierto punto- Ernesto Zedillo sigue existiendo a nivel constitucional. Entre 1983 y 1997, según investigaciones de Sergio Aguayo, entre los tres gastaron cerca de mil 342 millones de dólares. Esas fuentes de recursos ejercidos, desviados y manipulados, permanecen allí. Aunque en los últimos 10 años no se han asignado recursos del Congreso para la partida secreta, ésta no ha desaparecido constitucionalmente. Y pocas cosas harían a Enrique Peña Nieto más feliz si lograra disponer de ella en cuanto llegara a Los Pinos. Una Oficina de la Presidencia grande, gastalona, cuyo gasto representa 50 por ciento más que el presupuesto de la oficina de Brasil y 84 por ciento de la oficina de Chile.
Y qué decir de Felipe Calderón, cuyo sueldo se ubica en la tercera posición más alta, con un sueldo de 267 mil dólares anuales, mientras que sus homólogos latinoamericanos reciben en promedio un sueldo menor a 140 mil dólares al año. Gastando en encuestas, estudios de opinión, formas de medir la popularidad presidencial y cómo acrecentarla. Durante el sexenio de Felipe Calderón, el gasto en comunicación social se ha incrementado en 29.8 por ciento. La Oficina de la Presidencia es una institución clave para la consolidación democrática del País y le corresponde marcar la pauta. Debe servir como ejemplo de las mejores prácticas, no como cobijo para las peores. Debe demostrar que es capaz de cambiar los usos del gasto público, en vez de tan sólo reproducir los abusos que durante tanto tiempo perpetró.
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