SERGIO SARMIENTO
MP 111018
La buena noticia es que en un mundo donde los problemas económicos se hacen cada vez más graves, y amenazan con generar no una recesión, sino algo peor, un prolongado y devastador estancamiento, por fin ha surgido un movimiento de indignados que exige una solución. El problema es que la solución que demandan no haría más que agravar la situación.
Ayer cayeron nuevamente los mercados bursátiles en el mundo y en México, y no porque unos cuantos activistas "indignados" se hayan colocado en plantón permanente frente a la Bolsa Mexicana de Valores. Los inversionistas estaban reaccionando a unas declaraciones pesimistas de Angela Merkel, la canciller alemana, que señaló ayer: "Hay gente ilusionada con que todo se solucione como por arte de magia y que, el lunes próximo, nuestros grandes problemas hayan quedado descartados". El que una declaración como ésta sea suficiente para derribar las bolsas en decenas de países revela la falta de confianza en el futuro de la economía.
El mundo está viviendo una crisis producto de políticas fallidas. En países como México y España, un movimiento verdadero de indignados exigiría reformas laborales que eliminaran las reglas que hacen tan caro el despido de personal y por lo tanto tan difícil la contratación de nuevos trabajadores. Pedirían también la eliminación del trato especial que permite a los sindicatos gozar de una patente de corso para robar a los trabajadores y extorsionar a los patrones. Pero en lugar de este movimiento, lo que vemos es un grupo de activistas que pide más de lo mismo: más restricciones a la inversión, más créditos imposibles de pagar, más gastos y subsidios gubernamentales, más beneficios a los líderes sindicales. Parecería que los indignados no están tan indignados. De otra manera no estarían pidiendo que los países tomen medidas que lo único que lograrán es provocar un estancamiento económico prolongado que afectará más a los jóvenes que a cualquier otro grupo de la sociedad.
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